Venezuela y sus crisis es para muchos un “no tema”. En el mundo de las
ONG y el activismo, de esto no se habla, quizás porque el actual
gobierno es un sucedáneo de un gobierno considerado o calificado como
revolucionario, nacional y popular. Y sin querer entrarle, ni por asomo a
este costado de la discusión, a todos quienes trabajamos en la sociedad civil, nos cuesta mucho interpelar los errores y omisiones de los gobiernos de tinte progresista.
Esto, además de desnaturalizar nuestra esencia de ONG, el deber de
monitorear y controlar los actos y abusos del Estado, también nos
polariza. Todos hemos sido testigos de las peleas que han surgido, en
reuniones y conferencias, cuando una persona u organización criticaba y
cuestionaba los errores de los gobiernos (etiquetados en la categoría de
los buenos). ¿Con qué derecho si nosotros no vivimos ahí?
Todo gobierno se equivoca, y nosotros no debemos renunciar a nuestra
misión de veeduría social, sea la administración del color que sea. Pero
para evitar la confrontación, nuestro sector infantilmente ubica a
estas incómodas cuestiones en el rubro de las “omisiones”, y decreta no
hablar o escuchar sobre “todo eso que nos incomoda”. Sobre llovido
mojado, con nuestro comportamiento lo único que hacemos es dar la
espalda, aislarlos y hacernos cómplices. Mientras rumiamos las teorías
conspirativas que mejor nos acomoden, recordemos que cada vez que
nuestros colegas salgan a la calle a protestar por sus vidas pueden ser
objeto de represión policial y detenciones arbitrarias.
Y en todo este devenir de la construcción de una concepción política
simplista y muy pobre, en qué momento nos preguntamos ¿qué pasa ante una
crisis económica y de desabasto de productos básicos con el trabajo en
VIH, las ITS, la salud sexual y los derechos reproductivos, la
tuberculosis, la hepatitis, las poblaciones clave, la violencia y los
Derechos Humanos? ¿cuál será el costo en vidas? ¿cuál es el impacto en
la epidemia del VIH en Venezuela?, cuando para las mujeres, hombres y
personas trans que son trabajadores sexuales, una caja de tres condones
es inaccesible y la violencia en las calles solo les confronta con el
hecho que lo único que ha bajado de precio es la vida. Pero nosotros nos sentimos con el derecho de censura del relato directo de una realidad desgarradora.
Aunque todo mágicamente se resolviera mañana, incluyendo las
principales causas evidentes y subyacentes de la crisis, reconstruir un
sistema de salud cuesta décadas, más o menos lo que cuesta reconstruir
un país, después de una guerra. No importa quién la empezó y es
responsable de esta, porque lo primero que se pierde en una guerra es la verdad.
Desde este lugar, algo cómodo, de relatar lo que les pasa a los
otros, haremos un esfuerzo en proveer una mejor cobertura de lo que pasa
en este país con crónicas y testimonios, tratando de cumplir con
nuestra misión de darle voz a los que no la tienen.
Y a la hermandad latinoamericana: ¿no es hora de actuar y
movilizarnos a gran escala para denunciar lo que pasa y exigir
soluciones, o seguiremos mirando para otro lado?
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